Hemos procurado llegar puntuales. Buscamos butacas para esperar nuestra partida. Un viaje a quién sabe dónde. La particular redondez de la estación, el Cirque du Soleil, nos permite mirar desde cualquier punto.
No los puedo contar. No me atrevería a distraerlos, a interrumpir su visión del escenario. Hay asombro en sus ojos. Los viajeros se reúnen en el centro giratorio. Un mundo impredecible. Una estación en constante cambio. Sus atuendos muestran el exotismo de su profesión. La vida está ahí, en medio del color y la magia. Es un circo de transeúntes. Es un sueño callejero con ojos visionarios. Siempre los ojos.
Pelucas, vestuarios, zapatos, sombreros, diábolos, cuerdas, aros. Cientos, miles de accesorios reposan en las valijas de aquellos hombres y mujeres que se desenvuelven en el devenir del tiempo. Sin espacios fijos. Trotan alrededor del globo. ¿Cuál es el siguiente destino? Quizás por la costumbre, es una pregunta ya olvidada.
Quidam, El Circo del Sol. Un desconocido solitario rompe con el entorno. Tiene prisa. Va volando sobre los pasajeros. Pasa por encima de nuestras cabezas. Ese hombre no tiene rostro. Es el individuo que viene y va en una sociedad de miembros anónimos. Detrás de él camina una niña.
El viaje que vamos a compartir es el de Zóe. Es la aventura de una pequeña que está por redescubrir el sentido de la vida a través de la fantasía y la imaginación. Once actos circenses son los que vamos a presenciar. Llenos de peligro, emoción y creatividad. Pirámides humanas, acrobacias en trapecio, la rueda alemana, los yoyós chinos.El humor del público pasa por varias transformaciones que lo llevan de la melancolía de la soledad a la felicidad que produce encontrarse en un universo que cobra significados. Estamos en la imaginación de Zóe, la niña.
Conozcamos a los demás personajes. Aquellos que discurren alrededor de la infante. El padre, vive con el rostro hundido en un periódico. La madre ha olvido vivir. Jhon es el maestro de ceremonias, un suplente que trata de imponer su propia estructura al elenco. The Traget, es el hombre que vive ausente del tiempo y del espacio. Vive en el vacío. El payaso, un hombre lleno de alegría. El aviador, tiene miedo a volar. A caer con el peso del fracaso.
Estos personajes somos nosotros. El circo es una alusión a nuestro comportamiento humano que se debate entre la realidad y la fantasía. Entre el hombre sin rostro y el payaso.
El violonchelo y la música de fondo cubren los espacios vacíos que quedan después de las risas. Quidam es la vida del circo. Los ojos y la magia. Las maravillas. La reproducción de discursos imaginarios y al mismo tiempo de la verdad y la vida.
Para el acto final no se llega a lo desconcertante. Sabemos la conclusión desde el inicio de la historia. Es lo que tiene que pasar. De las cuerdas de seda la mujer mariposa se desliza para morir en los brazos de su amado. Padre y madre se conmueven por este acto amoroso. Caen en cuenta de la narrativa del viaje. El viaje como la vida. Zóe recupera lo más preciado en la vida de un niño, a sus padres.